viernes, 16 de noviembre de 2012

Amigos de la infancia

Málaga, 2010
Ayer leí un estudio que hablaba de que las mujeres necesitan siete amigas para ser felices: la amiga de toda la vida, la nueva, la más pequeña, la del gym, las amigas de tu pareja, tu madre.... En fin, es uno de esos estudios a los que, considero, no dedicaría años de mi vida; como aquel otro que buscaba determinar un promedio de arañas que comemos a lo largo del año o el del grupo de investigadores que documentó la felación del murciélago. Dale, andá a googlear lo del murciélago, luego sigues leyendo. ¿Ya? Prosigo.
No mencionaría este tema, es más, lo habría borrado de mi mente, si no fuera porque hoy es el cumple de una de mis amigas de la infancia. Sí, no tengo una sola ni necesito una sola, pero ella es una de las que más necesito. Creo que una de las cosas que define a tus amigas de la infancia es que a lo largo del tiempo os habéis hecho tan diferentes que, si os conocierais ahora, quizás nunca os haríais tan amigas. No es que no te guste cómo es esa persona ahora, pero lo que te une no son los gustos o intereses compartidos, sino algo más fuerte, más primitivo y lejano. Algo como las experiencias más difíciles, que son las de la infancia, cuando piensas que las cosas malas son el final de tu vida y no va haber manera de arreglarlo. 

Mucha gente dice que volvería a la infancia, yo creo que no lo haría. Creo que sólo nos acordamos de las cosas buenas, lo idealizamos, y no recordamos la angustia que pasábamos durante todo el día en el colegio cuando no habías hecho los deberes, la ansiedad de volver a casa y tener que decirle a tus padres que había sacado mala nota en un examen (aunque para eso también estaba la otra amiga de la infancia traga/empollona y bocazas que siempre se le escapaban ese tipo de cosas, ¬¬ véase la amiga de la izquierda jaja). No es que no tuviera una infancia feliz, pero creo que cuándo éramos niños las cosas malas eran un pozo oscuro al que no llegaba la luz, porque no eras capaz de relativizar las cosas ni tenías la experiencia de lo cíclico que es la vida. Leyendo "Demian", de Hermann Hesse, he vuelto a sentir esa sensación de desasosiego infantil, de pensar que no puede ayudarte nadie y que cuando entras en el mal (yo una vez me salté una clase de inglés con 6 años y creo que aún me siento culpable) ya no hay nadie que te salve, y de esa clase de inglés que te saltaste vas a pasar directamente al mundo de los rufianes y vagabundos. Hay que añadir que la educación católica no ayuda mucho, con las imágenes del hijo pródigo perdido o de San Agustín en sus momentos de lujuria. Supongo que, en cierto modo, hacerte mayor es darte cuenta de que las cosas siempre tienen una solución, mejor o peor, pero la tienen. 

Y también hacerte mayor es tener esos amigos con los que no tienes muchas cosas en común más que la mayor parte de tu vida. Esos amigos que te conocen como tu hermano y como tal te comportas, como una niña que si se enoja se enoja y no trata de ser cordial o socialmente correcta, son aquellos que son capaces de decirte frontalmente que te estás equivocando, como haría tu madre, y que no te dicen muy a menudo cosas buenas. Aquellos que sabes que puedes estar meses sin hablar y que la próxima vez que os encontréis le puedes pedir que te acompañe a la óptica o a hacer las compras y resulta cómo si no hubiera pasado el tiempo. Y también aquellos amigos a los que, sólo cuando estás a 12 mil kilómetros y por mucho tiempo, les empiezas a decir que les quieres, que les quieres mucho, como haces con tu hermano. 

Después de este tocho de texto enorme e informe que ni siquiera sé cómo resumir, lo que llevo demorando todo este rato: Muy feliz cumple Ali, ojalá estuviera allá para mancharte la nariz de tarta como hacía -y tanto os irritaba- cuando éramos pequeñas. Os quiero, niñas y niños.

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