Tener un niño hoy es motivo de grandes dolores de cabeza. Y es que en
las películas o series de televisión yanquis estos siempre desaparecen o
son espiados por algún pedófilo con una cámara que, seguro, va a subir
las fotos a Internet. "Haberlos hailos", como las meigas, pero en países
como España la psicosis parece haberse vuelto colectiva en los últimos
años. Prevención o sobreprotección, lo cierto es que cada día se ven
menos niños jugando sin supervisión en las calles de cualquier ciudad
del mundo.
Si en los años 30 hubiera existido este mismo clima seguramente esta
nota no existiría porque Helen Levitt se habría quedado sin los
protagonistas de sus mejores imágenes. Fotógrafa de esas que llaman "de
fotógrafos" -más conocida entre los profesionales que entre el público
general-, Levitt fue una de los artistas más callejeros de todos los que
poblaron Nueva York durante el siglo pasado.
En los instantes congelados de Levitt los niños aún juegan en las
calles. Bailan, ríen o simplemente se mueven en una interacción con el
otro. "La gente piensa que me gustan los niños, pero no, sólo es que los
niños estaban fuera, en las calles", declaró para sorpresa de todos en
una entrevista que concedió a Adam Gopnik. Y es que en realidad hay en
sus fotografías más adultos que niños; aunque estos destacan más su
presencia con su frenética danza. En la interacción de los sujetos, más
que en los sujetos en sí, es donde reside la esencia de esta fotógrafa.
Algunos críticos quisieron encasillarla en el documentalismo, otros
destacaron lo poético o lo surrealista de sus imágenes. Pero su objetivo
nunca fue hacer un relato histórico -ya que rompe con los dogmas de
figura y lugar-, ni reivindicar la clase obrera -al menos de forma
explícita- o crear una estética onírica infantil. Quien realmente
consiguió acercarse más al trabajo de Levitt fue James Agee, que acuñó
para ella el término "fotografía lírica".
Lee el texto completo en El País Cultural (30/diciembre/2011)
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