Murakami y sushi

El viernes pasado fuimos a cenar a Kororo, un restaurante japonés caro -como todo lo exótico en Montevideo- pero muy bueno. Sushi, palitos y vecinos de mesa estadounidenses de ojos rasgados que hablaban en japonés con la camarera. Solo entendimos Arigato, mientras en nuestra cabeza contestaba la Little People "Mr. Roboto". No íbamos de celebración, la culpa de la cena la tuvo Murakami. Esa misma tarde había empezado con su último libro, el tercer tomo de 1Q84.

Tengo y Aomame se conocieron en la escuela. Con 10 años, los dos niños solitarios se tomaron de la mano por unos segundos. Después no volvieron a verse pero el tacto del otro les quedó para siempre grabado en la piel. En un mundo paralelo casi igual que el real, los dos protagonistas entrarán inconscientemente para buscar de nuevo esa mano y descubrirán que del cielo penden dos lunas: una grande y amarilla (mother); y otra pequeña y verduzca, como recién nacida (daugter). Aomame, decide llamar a esta nueva realidad 1Q84, en lugar de 1984, que en japonés debe sonar parecido. 

1Q84 es una historia con muchos elementos fantásticos pero narrada con un estilo de realidad. Metáforas, relatos que se cruzan, seres casi mitológicos inexplicados y paisajes invernales del mejor Murakami. Profundidad de personajes imperfectos que, como una cajita, se rompieron al ser agitados y dejaron escapar una fragilidad viscosa. Humanos, en definitiva, mágicos humanos.