viernes, 22 de marzo de 2013

La iglesia y la mujer

Muy elogiada por su reciente novela "La acabadora", la escritora italiana Michela Murgia se embarca en una nueva aventura. Esta vez abandona la ficción para adentrarse, a caballo entre el ensayo y la experiencia personal, en una batalla casi épica -o suicida- debido al tema y al contexto. El tema es la situación actual de la mujer en las sociedades occidentales, heredera de la tradición católica. Y el contexto es Italia, un país confesional en el que el peso vaticano, tanto en política como a pie de calle, sigue siendo muy importante.

"Y la Iglesia inventó a la mujer" es una confrontación y un ataque directo a la tergiversación del mensaje cristiano perpetrado a lo largo de los siglos por parte de la Iglesia. "En virtud del sacrificio de Cristo, (…) ya no existía la jerarquía moral entre judío y griego, entre esclavo y amo, entre hombre y mujer: el cristianismo refundaba el orden mismo del cosmos. Si bien la Iglesia no inventó la subordinación entre los sexos, optó por legitimarla en lo espiritual" , concluye la autora. Murgia es mujer, con estudios en teología y creyente practicante, por lo que sus planteamientos aportan un nuevo punto de vista al debate de la necesaria renovación eclesiástica.

Cada capítulo empieza con una anécdota personal, lo que hace más amena la introducción del tema. Además, combina el análisis de las políticas eclesiásticas y de los preceptos en los que supuestamente están basadas con retratos o denuncias de situaciones cotidianas de la sociedad italiana y de los medios de comunicación -campañas victimizadoras contra la violencia de género, declaraciones de Berlusconi, cobertura del 11-S...-.


Dos de los puntos más interesantes son el matrimonio como fuente de subordinación por una analogía mal elegida y el problema que plantea la distancia con el modelo. En el primer caso, Murgia recuerda que el matrimonio no fue un sacramento instaurado por Jesús en su época terrenal, sino finalmente establecido en el Concilio de Trento. Y destaca que, en lugar de ser comparada a la pareja con María y Jesús o Adán y Eva, la Iglesia optó por algo más abstracto, la unión espiritual entre Cristo y la Iglesia, en el que el hombre sería Cristo y la mujer la Iglesia, y donde la Iglesia siempre debe estar al servicio del dios. Una invitación a aquellos que defienden a la "familia tradicional" a repensar en qué se basan sus creencias.

En el segundo punto, la autora destaca que nunca en la historia del catolicismo ha existido tanta limitación representativa como en la actualidad. Si al principio se pintaba a María con un extraño niño-adulto, posteriormente se optó más por el desarrollo de la "Encarnación", con una virgen maternal y bella, vestida con las ropas de la época, y un niño tierno, gordito y feliz. Sin embargo, en la última época María ya no porta al niño, se asemeja más a una monja, y las representaciones de la virgen lactante o vestida con jeans serían una grosería. Para la autora este modelo presenta un problema, quizás uno de los principales problemas de la Iglesia hoy: "Cuando la relación mimética entre el modelo y sus émulos se rompe, la devoción se transforma en odio y frustración hacia el sujeto que se ha vuelto inalcanzable". Y es ahí donde surge la necesidad del arte, el cine o la publicidad de desacralizar el imaginario religioso, de bajarlo nuevamente a tierra.

 

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