miércoles, 5 de septiembre de 2012

La ciudad y los pájaros-webcam

Cada día leo las noticias del país en el que vivo, un diario de mi país de origen y otro de la ciudad en la que nací. Hoy, en este último periódico, descubrí una sección que no conocía, el tráfico. Ahí puedes ver, con cámaras web que se actualizan cada treinta segundos, cómo están las calles y cuál es el recorrido más conveniente. Parece que hay más de 50 cámaras. 

Lo primero que me sorprendió es que hubiera tantos ojitos mirando desde arriba toda la ciudad a los inocentes habitantes. Lo segundo, que casi no reconocía la ciudad. Era mi ciudad y sin embargo tenía que pararme a pensar durante un rato para reconocer algunos lugares. Primero tenía que recordar cuál era mi imagen mental que se correspondía a esa dirección y luego, con ese recuerdo presente, buscar cuál era el lugar desde el que se tomaban esas imágenes. Buscar un elemento conocido, una farola, una estatua o una cornisa, algo que estuviera en mi memoria y luego proyectar y rotar mi imagen hasta poder convertirme en un observador dentro de la foto que duraría sólo treinta segundos.

Afortunadamente, cuando pasaran esos treinta segundos, el árbol, la señal de tráfico o la curva seguirían ahí, y aunque otro auto u otra persona esperando para cruzar ocuparan el espacio que antes estaba vacío el lugar volvería a ser un poco más mío, mi ciudad, mi esquina y mi recuerdo. Pero no mi recuerdo original de caminante o de conductora, sino un recuerdo nuevo de pájaro inmóvil sobre un cable que tarda treinta segundos en parpadear. 

Fotograma capturado por una webcam en  Szentgotthard, Hungría


Algo parecido, pero al contrario, me ocurrió con otra ciudad, Groningen. Durante la carrera estudié por seis meses en esa ciudad al norte de Holanda. Lo que conocí primero fue la mirada de pájaro-webcam, en concreto de la Grote Markt, la plaza principal. Mi ojo estaba situado en la Martinitoren, un campanario al que subiríamos en los primeros días de clase, pero eso entonces no lo sabía. Desde el día en que leí en la cartelera de la universidad que mi destino era Groningen, una ciudad de la que hasta ese momento nunca había oído hablar, hasta el momento en que aterricé en los Países Bajos miraba cada día a través de esa cámara cómo era la ciudad, sus gentes y sus estaciones. Fui testigo de cómo pasaba el invierno en la ropa que llevaban, cómo algún que otro día salía el sol y cómo el ir en bici iba más allá de la temperatura o la edad. También me di cuenta de que varios días en semana montaban un mercadito callejero en la plaza y que uno de esos días en ese mercado se vendía ropa. Entonces llegó el verano a aquella ciudad y armaron y desarmaron una feria de juegos mecánicos para los niños, de noche las luces bailaban en la pantalla de mi ordenador. Pero cuando pisé Grote Markt por primera vez, tuve que conocerla de nuevo, entre otras cosas porque estaba atestada de gente. Había un festival de final del verano y en mi plaza habían instalado un escenario con luces violeta y humo. En aquellos meses holandeses nunca pensé dónde estaría la cámara ni tampoco que ese pequeño ojo me convertía en parte de aquellos fragmentos distorsionados de realidad que se proyectaban en pantallas de cualquier lugar del mundo. 

Hoy busqué de nuevo aquella webcam de Grote Markt pero ya no la encontré. La han cambiado por otra, pero ya no tiene la misma perspectiva, ya no es mi mirada ni ninguno de mis recuerdos. Afortunadamente en youtube caben todos los locos y alguien subió un timelapse de una webcam de la plaza. 


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