lunes, 12 de marzo de 2012

El infierno es ruidoso

En los colegios religiosos siempre te dicen que el reino de Dios hay que buscarlo entre nosotros, que el concepto del cielo con angelitos y nubes está anticuado. La verdad es que no sé decir dónde está el cielo, nunca llegué a encontrarlo, pero lo que sí sé es dónde se encuentra el infierno. Y los curas tenían razón, no está en el subsuelo pasada la línea circular del metro de Madrid, no. Está a nivel del mar. Es más, está junto al mar en Montevideo. El infierno se sitúa entre 21 de Septiembre, Benito Blanco y la Rambla. El que le tocó comprar el terreno no sabía que el infierno se revalorizaría tanto en pleno siglo XXI. 

Como ocurre en los infiernos de las películas, en el infierno montevideano nadie sabe porqué llegó, o quizás todos se lo callan como en las cárceles, para evitar que lo señalen. Lo único que sabes es que un día empezaste a cruzarte a alguien en el ascensor o en el supermercado. Y todos se miran con complacencia para que los miren de la misma forma. Nadie sabe porqué está el otro ahí pero en el sufrimiento se hacen compañeros. Una vez, una señora me dijo en el ascensor, "pues nosotros estamos aquí desde el principio". La miré con mucha pena, creo que quedó contenta con mi pésame.


¿Que cómo es el infierno? Pues el infierno es ruidoso. Parece una descripción insulsa después de las grandes creaciones y decorados de las películas, pero el ruido puede ser la mayor tortura. En Irak a los prisioneros que no "colaboraban" les ponían durante horas las lindas melodías de Metallica y de 'Barrio Sésamo'. Mark Hadsell sargento estadounidense explicó por ese entonces a la revista Newsweek. "Si lo oyes [heavy metal] durante 24 horas, tu cerebro y tus funciones corporales empiezan a bajar, tus pensamientos se ralentizan y tu voluntad se rompe, ahí es cuando llegamos nosotros y hablamos con ellos". Aún no vinieron a hablar conmigo.

Con el ruido hay diferentes fases, la primera es de histeria, cansancio, ira. Luego te alegras porque piensas que has dejado de escucharlo, que es parte del sonido ambiente, pero no. El ruido constante, diario, rutinario, no cesa y te va minando poco a poco, empiezas a caminar doblado hasta que terminas por tocar con la nariz la punta de los pies, y las ojeras son ya dos cavidades negras sobre las que se asoman los ojos. 

En el infierno hay construcciones, tres por cuadra aproximadamente, que comienzan a trabajar a las 6.10 de la mañana y que dan el último martillazo a las 10, 11 o 12 de la noche. Cada día, incluidos los sábados. Y cada tarde pasa el camión de los escombros o de cemento y bloquea la calle, lo que genera una cola de autos con el brazo apoyado en la bocina durante 15 minutos. En el infierno las alarmas de los autos suenan durante horas sin que ya nadie salga siquiera a comprobar si es el suyo. Y los autos y motos están preparados para que suenen por encima de lo que lo hacen las obras, con tubos de escape más grandes y motores más potentes. Desde los buses que llegan al infierno empieza el ruido. En cada ómnibus debe existir, al menos tres focos de ruido, como en las pistas de baile, el reggaeton del conductor, la cumbia del plancha con el altavoz del celular y la persona que grita por el celular.

Pero nadie protesta, los habitantes del infierno se limitan meramente a mirarse para compadecer al otro y que el otro les compadezca. Zombies que flotan por las calles de Punta Carretas con la esperanza de algún día encontrar un minuto de silencio.

2 comentarios:

renata dijo...

venite a vivir a capurro, marie! :)

Marie... dijo...

Es lo que voy a tener que hacer ^^ o a algún lugar donde no escuche nada más que vacas